lunes, 28 de enero de 2008

1. La mala suerte.

- Y... ¿por qué  a mí? Dijo Amadeo Suárez, que no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Qué queréis de mí. Os habéis equivocado seguro, yo no tengo mucho dinero  y no ando metido en ningún lío, ¡por favor, dejadme marchar!
- Mala suerte chico- respondió el hombre más viejo de todos los que allí se encontraban. -mala suerte...- Dijo en tono grave y salió de la habitación.
- Desde que nací no he dejado de tener mala suerte- Se quejaba el joven.
-Mala suerte chico, mala suerte- repetían todos
- Mi suerte depende de vosotros así que no me vengáis con esas.
-Mala suerte chico, mala suerte-  Respondían todos como un coro.

El hombre viejo entró de nuevo en la habitación, chasqueó los dedos y el resto de los secuestradores salieron de la estancia. 
-De acuerdo- dijo - ahora explícame por qué crees que tienes mala suerte.
-Verá... Cómo le explicaría yo... La cosa viene de familia, empezaré por mi padre. Mi padre luchó en la guerra civil, una noche,  en el frente, mientras montaba la guardia, le lanzaron una granada que a parte de dejarle completamente sordo para el resto de sus días, por poco lo mata. 
-Un momento- Interrumpió el viejo -¿quieres una taza de café?
-No, no tengo estomago- respondió Amadeo.
-Pues yo sí tomaré una- y se sirvió de una cafetera que había en la mesa- No creo que tuviera mala suerte, al fin y al cabo salió vivo de aquello ¿no?

-Sí, sí, claro, sobrevivió porque el destino le reservaba una bonita pero triste paradoja. Mi padre se sintió en aquel entonces el hombre más afortunado del planeta, no tardaría en conocer a mi madre, que trabajaba como interprete de sordos en el juzgado de Barcelona, todo parecía ir a pedir de boca hasta la muerte de mi madre, hace unos veinte años. Mi madre cayo al mar en el estrecho de Messina cuando yo sólo tenía 8 años. Ella y mi padre se dirigían a Sicilia en un barco que partió desde Messina. No sé si lo sabe pero es un trayecto muy corto, apenas tres kilómetros.
-No, no tengo la menor idea de geografía nací en una familia humilde. No estudié y aunque he leído, la geografía no me ha interesado nunca. Pero sigue por favor, sigue con tu historia 
Amadeo, miró a los ojos del viejo, después agachó la mirada vencido y prosiguió.
-El barco estaba cochambroso y un barrote de la baranda se partió, mi madre cayó al agua mientras mi padre, de espaldas, miraba las estrellas y le decía lo bonito que estaba el cielo aquella noche. Él no pudo oírlo, no pudo oír como mi madre caía, como gritaba desde el agua, no pudo por culpa de aquella granada. Mi padre hubiera preferido la muerte a que le robaran aquel regalo que ya había hecho suyo, mi madre. La quería como se quiere en los libros o en las historias de viejas solteronas. 
-Bien, entiendo.
-Lo que después vino es una de las cosas más desafortunadas que ha sucedido en este mundo. Mi padre se percató por fin de la ausencia de mi madre, y al mismo tiempo un hombre que andaba al cuidado del barco la oyó gritar a lo lejos, desde el agua; Informó al capitán, que mandó acercar el barco a la zona para facilitar el salvamento. Fue entonces cuando un enorme tiburón blanco devoró a mi madre frente a la mirada atónita de mi padre.  Allí él era el único que miraba, con la mirada congelada, porque los demás se tapaban los ojos con ambas manos. Nadie quiso ver aquello salvo él, que no apartó la mirada de puro dolor con el destino, como en una auténtica despedida. 
Del cuerpo de mi madre sólo se recuperó la mitad inferior, lo que sirvió para explicar algo que según la opinión de los expertos era un suceso de lo más extraño.  Un tiburón que atacaba cerca de la costa de Italia a una turista a las nueve de la noche cuando ésta caía al agua desde un barco, era cuanto menos una historia de lo más improbable. Tan improbable como difícil habría de resultar explicar la verdadera razón de lo sucedido, y es que a mi madre, como se supo después, le vino el periodo justo al caer al agua y fue precisamente esto lo que la sentenció a morir de aquella manera. Al parecer los tiburones pueden oler la sangre y dirigirse atraídos por ella hasta sus presas. La presa fue mi madre y así fue como murió.
-Vaya, que historia más increíble- Señaló el viejo mientras se rascaba con cierta preocupación la sien.
-Sí, sí, lo sé, pero es cierta.
-Y tu padre, vaya...; Prácticamente ha sido él quien te ha criado ¿cierto?
-Oh sí, pero verá... que le voy a contar. 
Mi padre murió hace un par de años y he aquí la paradoja de la que antes le hablaba. Su cuerpo acogió con  generosidad, durante toda su vida, junto a su clavícula, los dos pedazos de metralla que le hirieron de aquella granada. Era divertido verle entrar y salir sonriente, con su bigotito arqueado, por los detectores de los aeropuertos, mientras aseguraba una y otra vez no saber qué estaba ocurriendo. Finalmente hacía como si hubiera recobrado la lucidez y, quitándole importancia, presumía frente a la policía de tener aquellas heridas de guerra. Aprovechaba su sordera para hacerse el tonto y creaba situaciones que casi siempre me hacían reír. Era un buen padre.
-Seguro que lo era. ¿Estás seguro de no querer café?- Preguntó levantando la cafetera. Amadeo que andaba pensativo asintió.- Bueno, pues yo tomaré un poquito más, total este café parece agua.
Mi padre- dijo por fin el joven- mantuvo toda su vida esos dos trozos de hierro incrustados a su cuerpo. Esos dos trozos que no servían más que para gastar bromas en los aeropuertos. Sin embargo, poco antes de morir, mi padre fue receptor de un corazón que necesitaba para vivir, y su cuerpo lo rechazó. 
-Oh, lo siento. Debe ser difícil aceptar algo así, expresado de esa forma  resulta abominable. Ya pero... ¿Sabes lo qué pienso joven? - Amadeo negó con la cabeza -Pues verás, salvando que tu madre murió de una forma dramática siendo tú muy joven y también que ahora estás aquí secuestrado pues... Y... no, no, no. No me cuentes la historia de toda tu familia. Lo que yo quiero es que me demuestres tu suerte aquí y ahora, no con historias que bien podrías inventar. 
-¿Y de qué forma podría hacer yo eso?
-Pues muy sencillo- dijo el viejo sacando una pistola de sus riñones al tiempo que reía.- Yo te pego un tiro en la cabeza y si te mueres pues tienes tu razón y tenías mala suerte, y si no lo haces pierdo yo y dejo que te vayas.
-¡Eso es absurdo! ¿Está usted loco? ¿Por qué yo? ¿Por qué?- Gritó Amadeo con fiereza
-Calma muchacho, sólo bromeaba. Haremos una cosa mucho más sencilla. Lanzaré una moneda al aire, tú eligirás cara o cruz, si ganas pues entonces pierdes y te mato y si pierdes ganas y dejo que te vayas. ¿Entiendes? 
-Sí, cómo no. Aseguró el joven que realmente creía en su mala suerte. 
-Bien cara o cruz.
-Cara- dijo Amadeo y el viejo lanzó a rodar la moneda, la capturó al vuelo y salió cara. 
Tanto el viejo como Amadeo quedaron entonces pensativos con las miradas afrontadas. finalmente el viejo dijo:
"Está bien chico, tienes razón, me apiado de tu mala suerte, puedes irte.