miércoles, 15 de julio de 2015

La disolución.



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Junto al camino asfaltado que serpentea sin razón alguna, hay un canal de riego que lo sigue,  y entre el borde del camino y el canal, en un huequito de tierra de apenas un par de centímetros crecen siempre las amapolas, y son  serenas  y delicadas, parece como sí sus pétalos sedosos no pudieran siquiera sostener el peso del rocío y aún menos haber soportado el azote de las lluvias de abril.  A ambos lados del camino, en algunos campos, las ramas bajas de los naranjos están secas a causa de la tristeza y el abandono, y se mezclan casi en el suelo con el hinojo silvestre también seco, de tal modo que cuando se cuela entre las ramas la neblina del desdibujado valle fluvial, el conjunto adquiere un aspecto fantasmagórico. 
De vez en cuando, y siempre  junto a una acequia un conjunto de chopos rompe con la rutina del paisaje plagado de naranjos, y casi desde cualquier punto, se puede oír a una urraca graznar cada vez que vuelve hacia su nido en lo alto de uno de ellos, eso y el ladrido embotado de un perrito que está como loco en el interior de una vieja furgoneta, y del que sólo se adivina su aspecto a través de una maraña de rayas  que ha grabado con sus patitas en el  cristal empañado. 
Apenas transcurre el camino unos metros desde allí, junto a uno de los incontables recodos que lo trazan, los tonos terrosos y apagados que otorga el alba en un día nublado contrastan con los vivos colores de una silla de playa tumbada a los pies de una higuera, y de una de sus ramas,  sobre la silla, cuelga  del cuello un hombre, un ahorcado, y a nadie, por vida y miseria que lleve a las espaldas puede parecerle ésta una figura corriente ya que revela una ambigüedad que si bien podría ser fortuita difícilmente permite interpretaciones acertadas,  si las hubiere.  De su cara, aunque por fin haya alcanzado la cordura, no se adivina  ya ningún gesto amable y de este mundo, pues ha perdido la mirada como hacen los locos y su boca sonríe torcida y amoratada, carente de honestidad. 
Gira como un bailarín unos pocos grados sobre el eje de la cuerda, muy despacio, cuando la brisa da, y al mostrar su espalda  deja ver   su mano derecha, anudada por la muñeca a una de las trabillas traseras del pantalón, la otra mano la cubre una  manopla  verde con el dibujo de un pollito cocinero y  está a punto de descolgarse  y caer al suelo produciendo el efecto de un brazo exageradamente largo.
Abraham Paso, el primer policía en llegar a la escena, nunca ha visto nada parecido y está asustado. Le parece estar viviendo un sueño. El huertano que lo encontró y corrió a llamar a la policía está bastante más tranquilo así que pregunta al joven policía si se encuentra bien. Abraham Paso contesta que Claro y ambos quedan callados después.  
                                
                             …todo el alfabeto griego…

Antes de que llegue el resto de la policía, una excursión con una treintena de niños se acerca, una de las maestras se adelanta. El policía le explica que no pueden pasar, la mujer se queja por ello y propone al agente que haga una excepción para evitarles tener que dar un enorme rodeo. Acuerdan que los niños pasen en fila de dos y que los de atrás tapen los ojos a los que van delante para evitar así la tentación de mirar. Y así lo hacen, sólo que se olvidan de los últimos y estos conocen la verdad, y esa verdad les cambiará para siempre.
Aún se alcanza a ver las mochilas tutifruti de los niños alejándose  por el camino cuando las sirenas de la policía se apoderan de todo. 


 — No, no parece que se trate de un suicidio, este ritual… ¡la manopla! ¿Qué coño significa la manopla? Debemos considerar la posibilidad de que un psicópata ande suelto. Un psicópata o un artista contemporáneo, no sé qué es peor Bromea entusiasmado el comisario Jorge Figueres — ¡Café, quiero café! y que alguien haga el favor de sacar de ahí a ese puto perro. ¡Así no se puede pensar! ¡Tú! — dice señalando a Abraham Paso encárgate de ese chucho.
 —Señor, no cree que no deberíamos tocar nada hasta que lleguen los de la científica — Señala Abraham Paso que no tiene ninguna intención de abandonar aquel espectáculo para ocuparse de un perro. 
— Ese perro está contaminando todas las pruebas, haga el favor de sacarlo de ahí y llevarlo bien lejos. No sé preocupe, los sabelotodo de la científica se lo agradecerán. 


Y así lo hace. Abraham Paso camina apesadumbrado por un caminito de huerta. Maldice entre dientes su suerte, maldice al comisario y al perro que no deja de moverse dentro de su bolsa de deporte. Lleva media vida soñando con ser clave en la resolución de algún caso de importancia. Cuando era pequeño su madre le leía novelas de Agatha Christie, eso le alimentó la imaginación, pero ahora, ahora se ha de conformar con dar mil vueltas en un coche y hacer innumerables recados, ni siquiera se le permite participar como observador en un caso medianamente interesante. Papeleo, papeleo, café y noches interminables, esa es su vida; un sueño, el sueño de ser un reconocido investigador; papeleo, café y noches interminables, su vida. De vez en cuando Sasha, el amor por una prostituta, nada complicado, algo simple en su origen, sencillamente imposible, cuanto menos improbable, sólo alguien y algo en que pensar cuando el sueño se resiste.