domingo, 10 de agosto de 2008

La playa, los planetas.

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Como todos los comienzos...
Tiene también, como todo, una parte anterior. Y retando a la lógica natural de las cosas que viene a decir que todo lo que ha de acabar muerto, todo lo fungible anda de capa caída; Retando a aquellos que tienen al tiempo como enemigo de su tiempo... Lo bueno está aún por llegar.
La vida en una frase: “Cayendo de un acantilado y viendo el fatídico final, haces lo posible por disfrutar del paisaje” Y eso es todo.

En una playa...
La soledad es María frente al mar en una mañana soleada. La playa está repleta de gente, de bañistas multicolores y alegres, de helados, frutas maduras, refrescos... Miles de desconocidos se retuercen como anguilas en hielo. Todo es una gran carcajada amarilla. El murmullo de la gente es capaz de acallar la bravura del mar. Tan uniforme es el murmullo que parece estar hecho de silencio. En estas circunstancias... María cuenta la arena y eso es la soledad.
La parte anterior trata de cuando todo era diferente, apenas en la infancia, cuando la soledad era un estado y no un sentimiento. Pero nadie lograría decir nada acertado de entonces, pues no hay quien lo recuerde bien y ya es ficción.
Contando la arena llega la tarde y una tormenta se aproxima, los nubarrones negros cubren el cielo, y la gente huye de la playa. María es la última en resignarse y se empapa. Se tumba, extiende los brazos, abre la boca y deja de sentirse sola. Sonríe al recordar el día en que descubrió, no sin cierta desilusión, que si acercaba un vaso a su oído, del mismo modo que con una caracola, podía oír el mar y determinó que el sonido del mar no estaba en la caracola como siempre había pensado, ni tampoco en el vaso como parecía ahora. El sonido del mar estaba únicamente en su oído y en el de todas las personas, y la idea de un mar silencioso, carente de sonido. le atrajo tanto que todavía le ronda la cabeza. Tumbada en la arena de aquella playa, ya vacía, tapó sus oídos, precisamente para oír el mar.
Lo cierto es que se encontraba perdida, en el silencio de su vida, carente de puntos cardinales, en un mundo lleno de seres que le resultaban poco interesantes... A veces se sentía a gusto sola, pero pensaba que no era así como debía estar, y no sabía muy bien por qué, pero todo aquello no le parecía más que el inicio de su particular locura y sentía miedo, un miedo blanquecino, fabricado con palabras de sal. Como todos, ella también había confundido alguna vez el miedo y la soledad.
En las tardes de julio, cuando llueve, uno no siente que las nubes estén en el cielo, y sí que el cielo esté sobre las nubes, apoyado. Son nubes bajas y densas, nubes separadas las de las tardes de julio que nos acercan a la pareidolia, un test de Rorschach celestial. Es un juego obligado. A última hora de la tarde, la luz cálida se cuela por entre los huecos de los espesos nubarrones otorgando a los colores y a todo, porque como en cualquier lado, aquí nada carece de color, su mayor grado de irrealidad, sin embargo, es una luz paternal como la de la linterna que atraviesa las yemas de los dedos traslúcidas.
María sigue boca arriba jugueteando inconsciente con su pelo, Marcos se sienta a su lado sin decir nada, enciende un cigarro que guardaba apagado por la mitad y comienza a fumar. La consistencia de la ceniza, de esa naturaleza son ambos corazones, piedras de arena o la consistencia de la ceniza.
Termina su cigarro, se levanta, se acerca a la orilla, desenfunda y mea.
-¿No eres un poco pequeño para fumar? y pienso... ¿No eres tal vez un poco mayor para mear delante de desconocidos?
- Mi padre dice que si un árbol se cae en medio del bosque y no hay nadie que pueda oírlo entonces no hace ruido,
-Sí, sí, conozco esa historia, y creo que tu padre tiene razón, pero es que aquí si hay alguien que te ve
-¿Quién?
- Estoy yo
- Bueno ya, pero si no estuviera usted no habría nadie, así que es lo mismo.
- Pero estoy yo
- Pero usted está porque estoy yo, porque si nadie pudiera verla, usted no estaría y como yo he meado de espaldas, yo no podía verla así que usted no estaba y si no estaba... entonces no había nadie.
- Mmm... Pues te puedo asegurar que mientras meabas yo estaba aquí.
- Ya... Pero yo como estaba de espaldas no puedo asegurarlo, así que... déjeme tranquilo.
- ¡Usted, usted, pues para ser tan educado eres un poco mal educado. La verdad es que no me importa que hayas meado delante de mí. Supongo que sólo quería decirte que la situación me resultaba extraña. La playa vacía... y tú. vienes justo aquí y... ¡No importa! De todas formas sí creo que eres un poco pequeño para andar ya con esa porquería en la boca. No deberías fumar.
- Tengo trece años, por eso sólo me fumo la mitad cada vez que enciendo un cigarro. ¿Sabes sumar? trece y trece veintiséis. Lo soportaré.
- Muy bien, se te ve bastante seguro de lo que haces. Te dejo. ¡Ey mira, entre las nubes! ya se puede ver la luna.
- No me gusta la luna. Me voy. - Y se va.
-¡Ey espera! ¿No te gusta la luna?
-¡No!- Grita ya de lejos.
Y de nuevo en soledad no tarda en hacerse completamente de noche.
La joven María duerme ya sujetando con los puños la playa, y la arena se le escurre por entre los dedos. Es la clepsidra más hermosa que ha medido el tiempo, sólo comparable a una flor cortada que apoya sus pétalos en el borde de una copa, esperando caer...
Las sandalias rojas de plástico, como las que usan los pescadores, le han lastimado los pies y de vez en cuando los agita tratando de aliviar el escozor que la sal le provoca en las heridas. No puede haber nada más hermoso, piensa el padre de Marcos que, asomado a la ventana de su casa, ve el cuerpo de la joven tirado en la arena como un sacrificio para el mar. La inmensa playa, el mar acercándose con falsa duda, y María completamente entregada al porvenir.
"Debería invitarla a pasar la noche" Piensa. Pero no lo hace y no sabe muy bien por qué, así que María despierta en la playa otra vez rodeada de turistas.

Escapó de casa...

-¿María eh? Pero...¿quién es María?- Pregunta, sin saber que eso mismo anda preguntándose ella. Y ella responde sin colores:
-María soy yo-

-Bien María, como ya te dije ayer, si quieres te podemos llevar a casa.- Dice el policía secándose el sudor de la frente con un pañuelito de tela. El calor, la multitud que se agolpa entorno a ellos y la belleza de la joven le anudan la garganta. La radio que lleva sujeta al hombro no cesa de sonar.

todo el alfabeto griego

-No, gracias, estoy bien. ¿Cómo te llamas tú? - Pregunta la joven. - Llevas toda la semana tratando de rescatarme y aún no sé cómo te llamas.
-Abraham - Responde el agente.
-¡Abraham Paso! - Dice en tono burlón su compañero acercándose a la escena. Un gordinflón, un policía veterano que acaba de destrozar un castillo de arena. El niño que lo hizo llora desconsolado a unos metros, bajo la sombrilla, con una cortada de sandía en sus manos, y piensa que no debió abandonarlo para ir a comer el postre. A veces las madres se equivocan, incluso cuando se es niño.
- Él se llama Abraham Paso y yo soy Perico el de los palotes- Y coge de entre lo que queda de castillo, una ramita que no era para el niño en realidad otra cosa sino que un cañón. Se limpia con ella las uñas, especialmente la del dedo meñique que es con la que se saca asiduamente la cera del oído. Abraham trata entonces de hablar, pero su compañero, algo menos educado, le interrumpe y apunta con la ramita a la joven que aunque es medio día aún anda desperezándose.
- Mire señorita, no me gusta tener que venir aquí todos los días a decirle que se largue a su casa. Dormir en la playa está prohibido. Se lo explicamos ya el primer día y usted no ha hecho ni caso. Fíjese que sólo por no llevar encima ningún tipo de documentación ya podríamos llevarla a comisaría. Estamos siendo muy amables y...bueno...- Hizo una breve pausa, se entretuvo unos instantes en el escote de la joven y prosiguió balbuceando - Si desea que la acerquemos a algún lugar... con el coche... en fin ya sabe... es la misma canción de todos los días. Haga lo que sea, pero no vuelva a dormir aquí. ¿Se ha parado un momento a imaginar lo que pensaran de nosotros los turistas?
-Está bien - Responde María como ya hiciera antes, y como todos los días los dos agentes abandonan la playa con la absoluta certeza de no haber conseguido nada.

En una playa del este, él sale de noche, su padre lo ha mandado en busca del sol, tiene trece años y se fuma los cigarros a medias. Marcos anda por el paseo errabundo, a veces corre unos pocos metros - Ahí va una pista- le dijo su padre - busca en las papeleras, dentro de las papeleras del malecón parece un buen lugar para esconderse- Marcos confía tanto en su padre que, aunque tras una hora de búsqueda ha decidido descansar, aún conserva la esperanza de encontrar el sol en la noche.
El padre de Marcos fuma en la ventana. La casa está en primera línea de playa. Tiene cuatro columnas de capitel dórico y fuste liso mal pintadas de azul, las cuatro sujetan el porche unidas por un pretil del que suelen colgar a secar las toallas. El portón, al centro, está abierto de par en par y dos ventanas a los lados conservan alrededor el aura manifiesta de los aromas de la cena que en ese momento se está cocinando. Sobresaliendo por el alféizar al porche, unas piernas en alto que calzan sandalias hechas con cuero del bueno. "Si el humo tuviese un sonido sonaría como el mar" Piensa Amadeo Suárez mientras lo expulsa de su cuerpo. Y esta noche sí, cuando el tío Antonio anuncia que la cena está lista, se desliza por la ventana y... ya anda, pero no, aún no, aún su mano sujeta al marco de la ventana, el brazo estirado, la camisa arremangada... y ya se dirige con paso elegante hacia la playa, donde María observa la luna mientras come las cortezas del pan de molde que ha conservado de otros días, eso y también un par de lonchas de jamón cocido que ha mendigado por la tarde a una familia a cambio de entretener al más pequeño de todos, un niño hipotónico afligido por la destrucción de su castillo de arena.
-Mira, no quiero molestarte... -dice Amadeo
-Bien- contesta la joven mientras termina de masticar.
-¿Qué haces?
-Miro la luna-
-Bueno pero supongo que no llevarás una semana en la playa sólo porque quieres ver la luna. Mira, en casa tengo un telescopio. Vivo ahí. Si quieres puedes venir a cenar. Mi tío es un gran cocinero, tiene un restaurante justo ahí.- asegura señalando impreciso con el pulgar por encima de su hombro.
-No me gusta ver la luna sin la tierra... no sé dónde estoy.- dice haciendo girar su dedo indice junto a la sien -

oleaje

-¿Cómo te llamas?
-Me llamo María y tengo mucha hambre.
- Perfecto María, yo soy Amadeo y tengo la cena lista, vayamos a cenar.
La joven sonríe...
- ¡Qué bien! me muero de hambre.- Y ayudada por Amadeo que le tiende la mano consigue levantarse de la arena con las piernas cruzadas.














3 comentarios:

Anónimo dijo...

Joanet... ja saps que en penso... m'emociono amb tot el que escrius. A més, ets una persona meravellosa!
Un petó, i t'animo a continuar escrivint! :)

Lídia

el huaskat0 dijo...

Hombre colega, es un gran blog, yo estoy empezando uno en elretornodelescritor.blogspot
yo como tu, me empezo a gustar las letras desde hace 3 años, y tan soloo tengo 16 años,
me despido reiterando que un buen "escritor siempre tiene algo que escribir"
Os debeis escribir mas seguido

infausta dijo...

Se presta para una historia más larga... ¿La tienes?